El universo no soportó tu partida, tu vacío provocó la pandemia. Ya me acostumbré a amarte en silencio, guardarlo en secreto, vocalizar tu nombre detrás de una mascarilla. Y pasan los días y tu recuerdo se vuelve humo, que me fumo junto al café en hora vespertina. Con los ojos llorozos y una sonrisa quebrada, admito que eres sinónimo de gratitud en mi vida.
Al compás de las canciones de Drexler y los poemas de Shakespeare, que no sé si están fielmente traducidos, pero ahí van... Calando hasta el fondo. Recuerdo cuando le recitaba a mi amado que su verano duraría para siempre, y cuando mi corazón se desocupó/ocupó nuevamente y juraba que al fin lo que sentía era real, sin un dolor que me rompiera las vertebras. Gracioso cuando uno jura amor para siempre y termina con 10 musas diferentes, pero quizás no mentimos y lo que sentimos es para siempre, dedicado al éter y las deidades de amor perenne.
Al fin vencí la inercia de amarte, el hastío de dar vueltas en bucle, la desnutrición emocional que provoca fallarse a uno mismo. Y aunque tengo mis costillas marcadas, un poco de estupor, miedo, sobre todo miedo, pero no a ti, ni a mi, ni a nadie. Sino a la sensación nueva que es sentirse viva. A la libertad que todos sueñan y que puedo saborear. A ese momento en que abrir los ojos se volvió más emocionante que soñar despierto.
Comentarios
Publicar un comentario