Creía

Tartamudeando sobre banalidades le pedí a Hermes sabiduría.
Me desenredó la  lengua, me devolvió mis seguridades, pero sobre todo,
me mentía, me engañó constantemente y yo ingenua le creía.
Dos, tres y siete versos eran suficiente para quedar inmóvil ante su mundo alegórico, atada a sus fantasías.

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