Recuerdo esos días en los que mis líneas eran privadas, inmerecidas o tal vez no eran de nadie. Debía derramar sangre para poder llegar a un verso, indagar en la herida para terminar el párrafo, hollar mis cicatrices, privarme de anestesia, fecundar nuevos dolores; solo así nacía el poema. Ahora la poesía viene a mí sin buscar en ningún sitio. Tiene nombre y apellido. Surge cuando pienso en ti, cuando te miro a los ojos o contemplo tus fotografías. Leo tus palabras, me curas y vivo en una rima inconclusa. Cuando me acaricias o simplemente me escuchas. Cuando sin decir nada ya hemos pactado todo. Nace el verso y la prosa cuando sin querer, derramamos lágrimas, cuando nos carcome la impotencia, pero nos alivia el amor.